Alexandra David-Néel fue una escritora y aventurera cuya vida desafió las espectativas de su época. Conocida por ser la primera mujer occidental en llegar a la ciudad prohibida de Lhasa en 1924, su búsqueda incansable de espiritualidad y sabiduría la llevó a explorar el misticismo tibetano y a vivir experiencias extraordinarias.
Alexandra llega al mundo en el año 1868, en París. Su padre profesa la religión protestante y es un entusiasta de la política; y su madre proviene de una ilustre familia con enorme influencia católica. Por lo tanto, Alexandra crece en un ambiente acomodado y sin carencias materiales. Sin embargo, sí las tendrá afectivas.
Su madre es tan religiosa, que su mayor deseo es tener un hijo varón para que pueda convertirse en obispo. El nacimiento de su hija Alexandra le produce tal decepción, que se niega a cuidarla. La niña pasa su infancia entre nodrizas, y el desdén de su madre es algo que nunca olvidará.
Pero Alexandra irradia desde muy temprana edad una personalidad independiente y rebelde, a la par que una inteligencia sobresaliente. A los cuatro años ya se siente cautivada por los libros, y un año más tarde la música se convierte en otra de sus aficiones infantiles.
Alexandra David-Néel, la gran viajera
En plena adolescencia viaja por España en bicicleta; y también visita Inglaterra, Holanda e Italia. Con veintiún años se traslada a la India, donde está dieciocho meses, y sólo vuelve cuando ya no dispone de medios económicos.
Alexandra se encuentra con veinticinco años, soltera y con la imperiosa necesidad de ganarse la vida. La música es su camino en ese momento. Siete años de su vida los dedica al canto, aunque jamás consigue su mayor deseo: actuar en París.
Alexandra decide casarse
Con treinta y seis años, Alexandra se da cuenta que no conseguirá ser valorada como conferenciante ni como escritora, mientras un hombre no le dé su apellido.
En el año 1900 conoce en Túnez a Philippe Néel, y durante cuatro años son amantes. En 1904 deciden casarse, y Alexandra empieza una nueva vida.
Desgraciadamente no es feliz. A pesar de que se lleva bien con su marido, empieza a somatizar la frustración que le provoca todo lo que no puede hacer siendo una mujer casada. La aventura la atrae cada vez más, y sentirse aprisionada la lleva a tener dolores de cabeza continuos y los nervios siempre a flor de piel.
Alexandra David-Néel elige su felicidad y su libertad
Finalmente, con cuarenta y tres años, decide dejar a su marido y marcharse a Egipto. Sin embargo, nunca pierde el contacto con él, ni se separa legalmente, manteniendo una comunicación epistolar hasta el fallecimiento de éste. A pesar de eso, nunca se volverán a ver en persona.
Deja atrás el bienestar de su vida acomodada, pero también sus problemas de salud. En la cuarentena de su vida decide que su pasión por viajar va a ser su meta a partir de ese momento.
Parte hacia Nepal, Ceilán y Tíbet. En 1912 conoce en la India, exactamente en Sikkim, al que considera su maestro espiritual y con él se queda dos años, recibiendo sus enseñanzas y viviendo como una ermitaña.
Alexandra, lámpara de sabiduría
Tras esos dos años, Alexandra ha aprendido secretos y conocimientos nunca antes revelados a una persona ajena a Oriente, y mucho menos a una mujer.
Los monjes en los monasterios, reconociendo su saber, la aceptan como una más. Y se convierte en la primera mujer occidental que tiene acceso al Dalai Lama.
En 1914 conoce a un chico de catorce años al que adopta, convirtiéndose en su compañero inseparable durante cuarenta años. Yongden, que así se llama el muchacho, la considera su instructora espiritual y abandona todo por seguirla.
Alexandra David-Néel, camino de Lhasa
Tiene cincuenta y siete años cuando inicia la ruta hacia Lhasa, un sueño largamente acariciado. El viaje dura tres largos años que la dejan agotada. Los tres sirvientes que la acompañaban la abandonan por el camino, y solo llegan a su destino ella y su inseparable Yongden, permaneciendo en la ciudad apenas dos meses.
Toda su andadura y sus aventuras llegan a oídos de los franceses, los periódicos publican sus escritos y despierta un gran interés y curiosidad.
Alexandra regresa a casa
Alexandra llega a Francia en la cúspide de su fama, lo que la agobia sobremanera, por lo que decide trasladarse a vivir al campo donde encuentra la tranquilidad que necesita.
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Estación de metro de París |
A lo largo de su vida escribe muchos libros, como “Místicos y magos del Tíbet” y “Viajes y aventuras del espíritu”, entre otros.
Fallece con 101 años, y en 1973 sus cenizas son arrojadas al Ganges, junto con las de su querido Yongden.
Quisiera terminar con unas palabras de la propia Alexandra, cuando dijo: "Siempre me han horrorizado las cosas definitivas. No me gusta que el mañana se parezca al ayer, y el camino solo me parece atractivo cuando ignoro adónde me conduce”.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
No conocía a esta fantástica mujer y me ha impresionado. Aplausos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Amaia.
EliminarNo conocía si historia, pero me ha gustado leerla. Cada día se aprende algo más. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarte por aquí y dejar tu comentario, Nuria. Un abrazo.
EliminarBuenos días Beatriz, que maravilla de historia, una gran mujer. La frase final me encanta, un espíritu aventurero.
ResponderEliminarUn abrazo!
Hola, Dakota. Sí, una de esas maravillosas mujeres que están perdidas por la historia.
EliminarGracias. Un abrazo!!
Hola, Beatriz, ¡vaya mujer! Totalmente fuera de tiempo estaba. Y reconocida al final de su vida casi, lo que siempre pasa, una pena. Lo de tener un apellido masculino para escribir, madre mía, cada vez que escucho esto se me ponen los pelos de punta, menos mal que la sociedad está cambiando.
ResponderEliminarLa frase final, una maravilla.
Un abrazo. :)
Hola, Merche. Desde luego, estaba completamente fuera de su época. Pero aun así, luchó por vivir con sus propias reglas. No me imagino lo que sería en esos años una mujer separada y viajando sola. La gente alucinaría.
EliminarLo de casarse para poder ser valorada como escritora, ha sido el pan de cada día de las mujeres para escribir y para casi todo. Recuerdo que mi abuela me contaba que ella necesitó la firma de mi abuelo para poder abrirse una cuenta en el banco. Por suerte, la sociedad ha avanzado mucho, aunque a veces parece que no.
Gracias por pasarte por aquí y comentar. Un abrazo!!