La
historia de Inés de Castro es una historia de amor. Las luchas de poder, las
tramas ocultas y un ambiente bélico por doquier, fueron el escenario de unos
sentimientos que se mantuvieron vivos, a pesar de las dificultades, y que tuvieron
continuidad incluso después de la muerte de nuestra protagonista.
Tenemos
que retrotraernos al siglo XIV para rescatar esta historia. Estamos en 1320, en
A Limia, provincia de Ourense, en la mágica Galicia. Allí nace Inés de Castro,
que tiene la desgracia de perder a su madre a muy corta edad, cuando tiene tan
solo 5 años. Este suceso provoca que su padre la mande al castillo de Peñafiel,
en Valladolid, donde crece y se forma como dama de compañía de Constanza
Manuel, hija del infante Juan Manuel.
Pasa el
tiempo y el ambiente se va enredando en conflictos. La llamada Guerra de los
100 años, que en realidad duró 116 años, impregna todo el ambiente y los países
contendientes intentan captar aliados de uno y otro lado. Sería Francia quien
conseguiría el apoyo tanto de Castilla como
de Portugal.
Unos
años antes del comienzo de este conflicto, el infante Juan Manuel logra por fin
que su hija Constanza pueda unirse al reino de Portugal, por medio del
compromiso con el heredero al trono.
Una boda equivocada
Estamos
en 1338 y la boda entre los dos jóvenes se celebrará en pocos meses. Constanza
de Manuel y sus damas de honor llegan a Lisboa, entre ellas está Inés de
Castro. Inés tiene 18 años, es una muchacha guapa y de ojos claros que no pasa
desapercibida, y tampoco lo hace para el infante Pedro. Hay que decir que el
heredero al trono de Portugal no deseaba casarse con Constanza de Manuel, era
el típico matrimonio por conveniencia que se celebraba con la única intención
de unir dos reinos.
Se dice
que el amor surge de inmediato entre ambos y que se convierten en amantes
rápidamente. Pero nada impide que la boda entre Constanza y Pedro se celebre en
el verano de 1339, en la catedral de Lisboa. De ese matrimonio nacen tres
hijos: Luis, que fallece al poco tiempo de nacer; María y Fernando, que con el
tiempo se convertirá en rey de Portugal.
Pero el
romance de Inés y Pedro está en boca de todos, y tanto Constanza como el rey
Alfonso IV, padre del infante, son conocedores de ello. Este último toma cartas
en el asunto cuando entiende que lo que su hijo está viviendo es más que un
capricho momentáneo, y manda a Inés de regreso a España. Pero tampoco eso va a
servir de nada, y Pedro viaja continuamente para ver a su amada.
En 1345,
un suceso inesperado da un vuelco a los acontecimientos. Constanza está
embarazada de su tercer hijo, Fernando. El parto es sumamente delicado y la
mujer fallece en el alumbramiento.
Una nueva vida para Inés de Castro
Para
Pedro ha desaparecido la única barrera que le impedía vivir su amor libremente.
La opinión de su propio padre no le importa en absoluto y, bajo su horrorizada
mirada, parte de inmediato a buscar a Inés. Ambos se instalan lejos de la
corte, en el norte de Portugal, allí crean su hogar y tienen cuatro hijos: Juan,
Dionisio, Beatriz y Alfonso.
Pero el
rey los controla aunque sea a distancia, se entera del nacimiento de los
pequeños y sabe que pueden suponer una amenaza para que su nieto Fernando
acceda al trono como legítimo heredero de su hijo. Él tiene claro que hará lo
que sea necesario para que los bastardos que Inés de Castro ha concebido con el
irresponsable de su hijo, no tengan derecho a nada. Intenta razonar una vez más
con Pedro, pero éste está cada día más distante de su progenitor y de todo lo
que rodea a la corte.
Un final trágico
Alfonso
IV habla una y otra vez con sus asesores. No encuentra manera de alejar a su
hijo de Inés, de hecho, ya ha perdido la esperanza de poder hacerlo. Los nobles
que le rodean le aconsejan que el único modo de cambiar la situación es hacer
desaparecer a la mujer. En ese mismo momento se planea su asesinato, que se
lleva a cabo el 7 de enero de 1355, aprovechando unos días que Pedro está de
viaje. Inés tiene 34 años.
Asesinato de Inés de Castro |
Cuando
Pedro se entera del suceso, vuelve enloquecido y lo primero que hace es
declararle la guerra a su padre, rodeando la ciudad de Oporto. Después de siete
meses padre e hijo llegan a un acuerdo, pero aunque Pedro se retira, ha
averiguado los nombres de los tres asesinos de Inés y no los olvidará. Dos años
más tarde Alfonso IV fallece y su hijo sube al trono como Pedro I de Portugal.
Inés de Castro, reina después de muerta
Pedro es
conocedor de donde se ocultan los tres hombres que asesinaron a Inés, y los
manda detener. Llega a tiempo con dos de ellos, pero el tercero consigue
escapar. Los dos homicidas son capturados y ejecutados de inmediato.
Pedro I
deja bien claro cuando sube al trono que se había casado en secreto con Inés de
Castro y que, por lo tanto, ella era reina de Portugal y todo el mundo debía
reconocerla como tal, a pesar de que ya hubiese muerto.
Sepulcro de Inés de Castro |
A
continuación parte con su séquito hacia Coímbra, donde está enterrada Inés, con
la intención de exhumar el cuerpo y depositarlo en el Monasterio de Alcobaça. Y
aquí comienza la leyenda. Se cuenta que el rey ordena que el cadáver de Inés
sea vestido con los ropajes de reina que le corresponden y sentado en un trono,
al tiempo que exige a todos sus nobles que le besen la mano en señal de
reconocimiento y aceptación de su reinado. Sin embargo, todos los historiadores
están de acuerdo en afirmar que este hecho no está documentado en texto alguno
y no es más que una ficción que surgió y fue alimentándose con el paso del
tiempo.
Pero lo que sí es
verídico, es que Pedro ordena construir un sepulcro donde depositar el cuerpo
de Inés, y es su deseo que posteriormente se
construya otro similar que albergue sus restos en el momento en que fallezca.
Quiere descansar junto a su reina cuando llegue su hora. Sin embargo, ordena
que su túmulo se coloqué frente al de su amada, en lugar de junto a él, como
generalmente suelen colocarse las tumbas de los matrimonios. Pedro I, como buen
católico, cree en el día del juicio final y en la resurrección, y su mayor
anhelo es que al volver a la vida el rostro de Inés sea lo primero que sus ojos
vean. Ambos sepulcros están considerados como una de las más hermosas muestras
de arte funerario portugués.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
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