Elizabeth Bathory, una guapa pelirroja
perteneciente a la nobleza húngara del siglo XVI, se ganó a pulso el
sobrenombre de “la condesa sangrienta”. Atrapada en su miedo a envejecer y
enredada en su locura, torturó y asesinó a más de 600 chicas con la ayuda de un
entorno tan perturbado como ella misma.
Elizabeth nace en una de las familias más
importantes de Transilvania, el 7 de agosto de 1560, y recibe una exquisita
educación, domina el latín, el húngaro y el alemán. Emparentada con los reyes
de Polonia y Hungría, desde niña aprende que por su condición de noble lo tiene
todo permitido.
Con tan solo once años la prometen con Ferecz Nádasdy, conocido como “el caballero negro”. Cuatro
años más tarde contraerán matrimonio. Elizabeth tiene quince años.
Su marido se marcha con frecuencia a sus
contiendas bélicas, y durante ese tiempo Elizabeth busca otros placeres en los
que entretenerse. Tiene una aventura con un joven noble al que llaman “el
vampiro”, por su extraña apariencia, pero también con varias de sus doncellas,
pues es abiertamente bisexual.
Miedo a envejecer
La condesa es dueña de una extraordinaria
belleza que le aterroriza perder con el paso de los años. Se cuenta que manda
construir un gran espejo y pasa horas frente a él contemplando su hermosura y rogando
para que no desaparezca jamás.
Su entorno, una cohorte de hechiceros, brujos,
magos y alquimistas, le aseguran que conocen una manera de preservar su
juventud o, al menos, de ralentizar los estragos que produce el paso del
tiempo. Ese modo de plantarle cara al destino, no es otro que bañarse en sangre
de jóvenes doncellas, si son vírgenes mucho mejor. Y Elizabeth comienza a sopesar
con interés esa propuesta.
Su marido, que tampoco es precisamente un
santo, ya la ha instruido en algunas formas de tortura, para que las utilice cuando
sus sirvientas no acaten sus órdenes. Por ejemplo, le enseña como incrustarles
astillas bajo las uñas. Y ella, que tiene la vocación natural de tratar a todo
el mundo fatal, de vez en cuando les lanza a sus doncellas las llaves al rojo
vivo o les arranca trozos de carne a mordiscos. Esta “encantadora” mujer queda
viuda a la edad de 44 años y en ese momento da rienda suelta a sus bárbaros
deseos.
La obsesión por la sangre
Elizabeth decide que va a averiguar por sí
misma si es verdad que la sangre la puede rejuvenecer y se dedica a viajar con
su carruaje, acompañada de varias doncellas de su confianza, por los pueblos
cercanos a su castillo, seleccionando a sus presas. La propuesta de trabajar en
la morada de la condesa Bathory resulta todo un privilegio para las jovencitas
y sus humildes familias, por lo que no le resulta difícil hacerse con los
servicios de las muchachas elegidas.
Ordena que le construyan una especie de jaula
de hierro repleta de pinchos y la cuelga del techo del sótano. Allí mete a las
muchachas y las azuza con un látigo, provocando que se muevan y se pinchen sin
cesar, produciéndose heridas por las que brota la sangre. Ella se coloca debajo
y se “ducha” con el líquido rojo.
Cuando ya no tiene suficiente con eso, se hace
construir una red de tuberías para que la sangre llegue hasta una bañera en su
habitación, donde se deleita en un baño macabro. Al terminar, rechaza secarse con una toalla por miedo a estropear
su piel, prefiere que la chica que ella elija le lama todo el cuerpo hasta
borrarle todo rastro de sangre. Las jóvenes saben que desobedecerla significa la
muerte inmediata.
Llega un momento, en que necesita tanta sangre
y ha asesinado ya a tantas chicas, que maquina otra manera de hacer las cosas.
Y entonces se dedica a desangrar a algunas jóvenes y después dejarlas descansar
y alimentarlas de nuevo, para que vuelvan a coger peso y volver de nuevo a conseguir
su sangre. Es decir, monta una especie de granja humana.
Sin embargo, el tiempo transcurre y en las
aldeas y pueblos colindantes no pasa desapercibida la desaparición de tantas
mujeres. Salta la alarma y distintas voces comienzan a alzarse pidiendo una
explicación. En un primer momento nadie atiende esas peticiones, pero llega el
día en que son tan numerosas que el rey Matías II ya no puede obviarlas.
Como curiosidad y demostración de que las
personas funcionamos hace muchos siglos del mismo modo, citar que sus víctimas
raramente eran húngaras, generalmente eran rumanas o eslavas, ya que no se les
consideraba seres humanos y pensaban que estaban para servir a la nobleza y
para utilizarles del modo que les apeteciese. Sin embargo, todos sus cómplices
sí eran rumanos.
La locura al descubierto
El rey manda a un grupo de soldados al castillo
de la condesa, y el dantesco espectáculo que se encuentran no les deja lugar a
dudas de que están ante una mujer trastornada a la que hay que pararle los
pies.
Con lo primero que se tropiezan los soldados
dentro del castillo es con una joven que presenta signos de tortura y está
medio muerta tirada en el suelo. En el exterior encuentran cerca de cincuenta
cadáveres semienterrados.
Pero cuando llegan al sótano la escena todavía
es más espantosa, pues está repleto de jóvenes, algunas sin vida, pero otras
todavía agonizando.
Los soldados se dan media vuelta y comienzan a
recorrer el castillo buscando a la condesa, hasta que la localizan rodeada de
sus cómplices en pleno ritual de tortura. Todos son detenidos en ese mismo
momento, pero correrán una suerte muy distinta.
A sus acólitos se les cortan las manos y se les
quema vivos en una hoguera. El castigo de Elizabeth Bathory es distinto al
pertenecer a la nobleza. Se la condena a vivir emparedada en su habitación
hasta el fin de sus días. Sólo se le deja un espacio por donde le pasan la
comida y el agua, y un pequeño ventanuco por donde ve la luz del sol.
Cuatro largos años vive así la condesa, en los
que no dice ni una sola palabra, aunque se cuenta que por las noches lanza unos
gritos espantosos que tienen aterrorizados a todos los habitantes del castillo.
Un día decide dejar de comer, y muere a los 54 años, un 24 de agosto de 1614.
Jamás se arrepintió de sus crímenes, ni entendió nunca el motivo de su castigo.
En su locura seguía pensando que había actuado correctamente.
Durante mucho tiempo su castillo tuvo fama de maldito
y se decía que la condesa lo recorría cada noche completamente vestida de
blanco, su color favorito, buscando un resquicio por donde escapar de su
encierro y continuar así con su aterrador propósito de no envejecer jamás.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
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