martes, 11 de noviembre de 2025

La Biblioteca de Alejandría: cuando el conocimiento era poder

La Biblioteca de Alejandría emerge del pasado como símbolo de una ambición deslumbrante: reunir todo el conocimiento del mundo bajo un mismo techo. Fundada en el corazón de Egipto bajo el periodo helenístico, este legendario centro intelectual no solo albergó miles de manuscritos, sino que encarnó el sueño de preservar la memoria colectiva de la humanidad. Aunque su destrucción ha dado lugar a mitos y debates, su legado sigue inspirando preguntas sobre el valor del conocimiento y la fragilidad de la cultura.

La Biblioteca de Alejandría era un centro intelectual de primer orden, una institución que combinaba investigación, enseñanza y conservación del saber. Desde su fundación en el siglo III a.C., albergó textos de todas las corrientes, ortodoxas y heterodoxas, con el ambicioso propósito de reunir todo el conocimiento disponible en su época.


La Gran Biblioteca


La Biblioteca de Alejandría no estaba sola. Era el corazón palpitante de un complejo mayor, el primer museo del mundo, un espacio consagrado al estudio y la docencia. Allí, el conocimiento no se almacenaba únicamente en pergaminos, sino que se vivía y se enseñaba. La Biblioteca era un laboratorio de ideas, un centro de investigación y un lugar donde la curiosidad era ley.

Durante el reinado de Ptolomeo III, se llegó a hablar de hasta 900.000 manuscritos reunidos en sus salas, un intento sin precedentes de abarcar todo el saber humano. Matemáticos, astrónomos y filósofos convivían entre columnas y jardines, compartiendo hallazgos y preguntas. Neón de Alejandría, padre de la célebre Hipatia, impartía allí sus clases de matemáticas.

Escena luminosa y realista de la Biblioteca de Alejandría en el siglo III a.C., con columnas clásicas, estanterías llenas de pergaminos y grupos de sabios y estudiantes leyendo y escribiendo. La luz dorada del Mediterráneo inunda el espacio a través de grandes ventanales, revelando jardines y el Faro de Alejandría al fondo. En primer plano, un maestro escribe sobre un pergamino mientras un joven lo observa con atención. El ambiente transmite serenidad, estudio y reverencia por el conocimiento.

Casi 5000 alumnos recibían enseñanza de un centenar de maestros. Aunque no se la llamaba universidad, lo era en espíritu, un microcosmos de aprendizaje rodeado de jardines.

Se la conocía como la Gran Biblioteca o la Biblioteca Real y coincidió en el tiempo con el Faro de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Ambos eran símbolos de la luz, porque para los alejandrinos, el conocimiento era una forma de iluminar el mundo y disipar las tinieblas de la ignorancia.

La actividad intelectual en Alejandría, ciudad fundada en el 331 a.C. por Alejandro Magno, no solo era intensa, sino también cuidadosamente sostenida por el poder real. Los estudios que allí se desarrollaban contaban con el respaldo económico de la casa de los Ptolomeos, que financiaba a maestros, investigadores y funcionarios con generoso estipendios.

Para la casa real, la cultura era una misión de Estado. Los visitantes que llegaban a Alejandría eran invitados a compartir sus versiones de textos clásicos, que eran cuidadosamente copiados y conservados. En ocasiones se enviaban emisarios al extranjero con el propósito explicito de adquirir nuevas obras.


El rumor de un incendio que no fue


En el año 48 a.C., Alejandría se convirtió en escenario de una tensión política que acabaría alimentando una leyenda. En pleno conflicto entre Pompeyo y Julio César, Ptolomeo XIII, hermano de Cleopatra, ordena decapitar a Pompeyo y entregarle la cabeza a César como gesto de alianza. Pero lejos de ganarse su favor, aquel acto indigna profundamente al general romano, que lo considera una traición ruin hacia un antiguo aliado.

Escena nocturna de la batalla del puerto de Alejandría en el año 48 a.C. En primer plano, un soldado romano con armadura ornamentada y casco con penacho rojo observa el mar desde la orilla. Al fondo, un barco de madera arde intensamente, con llamas naranjas y humo negro elevándose hacia el cielo estrellado. Otros soldados se agrupan detrás, mientras una estrella fugaz cruza el cielo, añadiendo dramatismo a la escena. El contraste entre el resplandor del fuego y los tonos fríos de la noche crea una atmósfera tensa y caótica.

Refugiado con Cleopatra en el Palacio Real y rodeado por las fuerzas enemigas, César idea una estrategia para escapar del cerco: incendiar las velas de los barcos enemigos. El fuego, sin embargo, se propaga más allá de lo previsto, alcanzando un almacen donde se conservan miles de rollos de papiro.

Se estima que en ese incendio se perdieron unos 200.000 manuscritos, entre obras teatrales, tratados científicos y textos diversos. Pero el incendio fue accidental y no se trataba de la Biblioteca de Alejandría. Julio César, lejos de despreciar el saber, comprendía el valor de la Biblioteca y sabía que confería prestigio a Alejandría.


El lento ocaso de la Biblioteca


En el año 31 a.C., con la derrota de Marco Antonio y Cleopatra, el reino ptolemaico llega a su fin y Egipto pasa a formar parte del imperio romano. Alejandría, que había sido faro cultural del mundo antiguo, comenzó entonces una lenta y silenciosa decadencia. La Biblioteca, aunque conservaba su prestigio y seguía atrayendo a sabios y estudiantes de distintos lugares, ya no contaba con el respaldo de una corte que velara por su crecimiento y conservación. Sin el mecenazgo real que la había sostenido durante siglos, su esplendor empezó a desvanecerse poco a poco.

Como si la decadencia no avanzara ya con paso firme, en el año 272 Alejandría sufre un nuevo golpe, el emperador romano Aureliano, en plena campaña militar contra la reina Zenobia de Palmira, arrasa la ciudad.

La proclamación del cristianismo como religión oficial del Imperio en el siglo IV, marca un punto de inflexión para la Biblioteca de Alejandría. En sus estanterías se conservaban los saberes del mundo clásico, profundamente ligados a tradiciones paganas. Ese legado fue cuestionado por ciertos sectores cristianos, que veían en esos textos una amenaza para la nueva fe. Lo que antes había sido considerado patrimonio universal, empieza a ser percibido como vestigio de una cultura que debe desaparecer.

Pero la historia no termina ahí. Las leyes contra el paganismo, dictadas por el emperador Teodosio, ofrecen a los sectores cristianos más radicales una justificación legal para intensificar sus ataques. Templos, estatuas y centros del saber fueron blanco de una ofensiva que ya no se ocultaba.

Ruinas simbólicas de una biblioteca antigua al atardecer, con columnas derruidas, pergaminos cubiertos de ceniza y humo que se eleva como pensamientos que se desvanecen. La luz dorada del sol contrasta con las sombras profundas, evocando el lento ocaso del saber y la fragilidad de la memoria cultural.

La Biblioteca de Alejandría sufre uno de sus golpes más devastadores en el año 391. Durante una oleada de violencia antipagana promovida por el patriarca Teófilo, sus instalaciones fueron arrasadas. Aquella ofensiva, amparada por el clima de intolerancia religiosa que se extendía por el Imperio, no solo destruyó un espacio físico, sino que simbolizó el rechazo frontal a siglos de saber acumulado.

Años después, en el 415, una tragedia simboliza el ocaso definitivo de la cultura y la filosofía. Hipatia de Alejandría, matemática, astrónoma y filósofa, fue asesinada brutalmente por una turba de monjes cristianos incitados por el patriarca Cirilo, sucesor de Teófilo. Con su muerte no solo se apaga una voz lúcida y valiente, sino que también se pierde su biblioteca personal, un refugio de saber que resistía en medio de la intolerancia.

En el año 640, con la llegada de los árabes a Egipto, surgió la versión que los señalaba como responsables de la destrucción total de la Biblioteca de Alejandría. Sin embargo, muchos historiadores consideran que esto carece de fundamento y que se pretendía culpar a los musulmanes de lo que fue responsabilidad de los cristianos.

La Biblioteca de Alejandría no desapareció en un solo día, su extinción fue el resultado del abandono y la intolerancia. Más que un edificio perdido, lo que se desvaneció fue una forma de entender el conocimiento como puente entre mundos. Su recuerdo permanece como advertencia de que allí donde el pensamiento se somete al dogma, la luz del saber corre el riesgo de apagarse.

Beatriz Moragues - Derechos Reservados



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