En tiempos pasados la justicia no solo era asunto de humanos, también los animales se veían envueltos en locos procesos judiciales, acusados de asesinato o de atentar contra las personas de diferentes maneras. Descubre en este artículo los increíbles juicios que sufrían los animales en otras épocas.
Estos juicios se dieron principalmente en la Edad Media. A los animales se les vestía, en ocasiones, con ropa de humanos, se les torturaba y se les podía condenar a muerte si el delito era considerado muy grave, a pesar de que, obviamente, eran incapaces de confesar crimen alguno. Estos procesos incluían la humillación pública, como en el caso de las personas, y finalmente el cadáver era quemado como símbolo de purificación.
Se llegaba a situaciones tan ridículas, como prohibir al ganado que cruzara una valla, amenazádoles con cortarles una oreja si lo hacían, y si se mantenían en su postura el conflicto podía acabar con la muerte de los animales.
También cuando en el año 1300 se juzgó en Inglaterra a una bandada de cuervos y todos fueron considerados culpables, ya que el juez no podía distinguir entre tanto graznido a los que gritaban que eran inocentes.
Mayoritariamente, los acusados eran cerdos, ya que andaban libres y tenían acceso a todos los lugares, por lo que no era infrecuente que acabaran mordiendo a las personas, especialmente a los niños. Pero también hubo juicos contra toros, gallos, asnos, perros, gatos y otros tantos animales.
Edward Payson Evans, fue un lingüista y educador estadounidense, y uno de los primeros defensores de los derechos de los animales. Buceando en documentos, descubrió alrededor de 200 procesos contra animales en Europa, y en menor medida en Brasil, Estados Unidos y Canadá.
Aunque en pleno siglo XXI esto nos pueda parecer un disparate, era algo muy serio que costaba su buen dinero a la comunidad, pues tenía que pagar a un abogado defensor para el animal, alimentarlo mientras estaba cautivo y si era condenado a muerte, pagar al verdugo.
Tipos de juicios contra los animales
Los juicios eran diferentes si se juzgaba a animales que destruían los cultivos y que además actuaban en grupo, que cuando eran casos individuales. Si se trataba de juzgar a un cerdo, un perro o un caballo, se encargaba un tribunal civil; mientras que si el proceso era contra una plaga, era la iglesia quien tomaba las riendas del juicio, ya que se pensaba que el diablo estaba por medio de este tipo de sucesos.
En un primer momento se advertía a las ratas o insectos que dejaran de destruir los campos y los cultivos; si no había un cambio de comportamiento, se procedía a la excomunión y si era necesario a la exterminación de la plaga. Todo ello se realizaba sin perder de vista, que en realidad se estaba actuando contra el demonio.
Las condenas para animales individuales solía ser la horca, pero también se les podía descuartizar o enterrar vivos. Si el delito no era tan grave, podían estar un tiempo en la carcel o ser desterrados a un lugar lejano, incluso ser encerrados en una jaula de hierro que se colocaba durante un tiempo en la plaza del pueblo.
Mayoritariamente, estos procesos se realizaron en Alemania, Italia, Francia, Inglaterra y Suiza.
Los juicios a objetos inanimados
En la Antigua Grecia la cosa iba más allá de juzgar a los animales, también se podían abrir procedimientos en contra de objetos que habían contribuido en causar daño o provocar la muerte de personas. Lo que no podía ocurrir de ninguna manera es que no hubiese un culpable, ya que los espíritus querrían vengar esa muerte y traerían desgracias a la comunidad. Se han encontrado juicios contra flechas, árboles y glaciares.
En el siglo XIV, en Alemania se condenó a un bosque a ser talado y quemado por haber dejado escapar a un ladrón sin hacer nada por detenerle, por lo que se le consideró complice del delito.
El juicio a las cochinillas
Las cochinillas son unos insectos que viven en las plantas y que en el siglo XV se enfrentaron a un proceso judicial por dañar una gran cantidad de cultivos. Estamos en Suiza, en el año 1479. Un fiscal acusa a las cochinillas de atentar contra el ser humano, intentando privarle de alimentos al destruir sus cultivos. Además, con el agravante de que estos pequeños animales desafiaron a Dios, al no querer formar parte del Arca de Noe. Por lo tanto, no se las podía considerar criaturas divinas, sino que habían nacido de la podredumbre más repugnante. Lo siguiente fue que el obispo las maldijo y las condenó a no ser consideradas animales nunca más, sino seres del infierno.
Y podríamos seguir con la orugas que destruyeron cosechas enteras y se las condenó al destierro, pero como no se marchaban, se optó por la excomunión; o al mastín que tuvo el atrevimiento de ladrarle a una imagen de San José y cuya pena final fue ser quemado en la hoguera.
Las ratas que se comieron la cebada
Estamos en el año 1522, en un pueblo de Francia llamado Autun. La gente está revuelta, enfadada y temerosa porque su maldición parece no tener fin. Su sustento corre peligro por culpa de aquellos malditos animales, que están acabando con sus cultivos. No encuentran otra salida que acudir a la corte eclesiástica en busca de una solución.
El tribunal les escucha con atención y decide citar a los roedores para que tengan la oportunidad de defenderse. Ordena a un funcionario que vaya al lugar donde viven y les comunique la decisión, aclarándoles que van a tener su abogado defensor como es de ley.
Llega el día del juicio y las ratas no acuden a la cita. El abogado defensor alega que el caso afecta también a las ratas que viven en otros lugares y a las que nada se les ha comunicado, por lo que el procedimiento no era adecuado. Entonces se decide que los sacerdotes de todas las parroquias deben hacer saber a todos los roedores la cita del próximo procedimiento.
En la fecha señalada las ratas tampoco aparecen, y el abogado defensor argumenta que es logico, ya que viven por los campos, muy separadas unas de otras y algunas a mucha distancia, por lo que posiblemente no han tenido tiempo de llegar. El tribunal decide de nuevo cambiar la cita para otro día.
Pero llega la nueva fecha y los pequeños animales siguen sin dar señales de vida, el abogado ya no sabe que alegar para sacar del atolladero a sus defendidas, pero se le ocurre un brillante razonamiento: las ratas tienen miedo de acudir al tribunal, ya que en el camino saben que hay gatos que pueden acabar con sus vida. Pero los jueces, cansados de tanto aplazamiento, no aceptan el argumento. Así que el abogado, ya desesperado, opta por despertar la compasión de los acusadores, afirmando que es terriblemente injusto que todas las ratas paguen por las fechorías de unas pocas. Ratas enfermas, ratas viejas, ratas muy jóvenes que no habían hecho nunca daño a nadie. El tribunal, agotado y aburrido, le dio por fin la razón y el juicio se aplazó de manera indefinida. Fueron unas ratas con suerte.
Los cerdos y sus complices
En Falaise, una localidad de Francia situada en la Baja Normandía, una cerda entra en una casa y le muerde los brazos y la cara a un bebé, provocándole la muerte. El animal es arrestado, se le hace un juicio y se le condena a morir en la horca, donde la llevan ataviada con ropajes humanos. La cuelgan por la patas de atrás para que muera desangrada, ya que antes el verdugo le había cortado el morro y las patas delanteras. Esto ocurría en el año 1386.
Otro caso que involucra a cerdos y menores, ocurrió en España, concretamente en Toledo, en 1572. El animal mata a un niño, con el agravante de que lo hace en Viernes Santo. Por supuesto, fue condenado a la pena capital y además se obligó a todos los dueños de cerdos que los llevasen a presenciar la ejecución, para que supieran lo que les esperaba en el caso de cometer actos similares.
Y para terminar, nos trasladamos a 1379, en una ciudad francesa llamada Jussey. Una piara de cerdos mata a un niño y es condenada a muerte, además de que se prohibe utilizar su carne como alimento por estar maldita. Otro grupo de estos animales tiene la mala suerte de estar cerca y también se les aplica la misma pena por complicidad, ya que no hicieron nada para impedir la muerte del pequeño. Sin embargo, el juez se apiadó del dueño de los cerdos que le rogó que iba a ser su ruina si se quedaba sin ellos.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
Impresionante artículo. Curiosidades de la vida. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Nuria. Un abrazo!!
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