Krishnamurti es respetado en el mundo entero como filósofo, místico y educador. Buscaba la libertad del ser humano y en ello puso todo su empeño.
Jiddu Krishnamurti nace al sur de la India, en Madanapalle, en mayo de 1895. Octavo hijo de una familia de clase media, es un niño enfermizo que desde temprana edad da muestras de poseer una enorme sensibilidad no siempre comprendida, ya que en el colegio llegan a considerar incluso que tiene un leve retraso mental.
Su padre es funcionario del gobierno, y su madre es una mujer tremendamente religiosa que enseña a su hijo a vivir la espiritualidad desde muy pequeño.
A los diez años de edad, Krishnamurti sufre una gran pérdida. Su madre fallece y todos los hermanos pasan de repente a estar bajo el amparo de su progenitor, que viéndose incapaz de mantenerlos adecuadamente, deja su puesto de funcionario y pasa a trabajar para la Sociedad Teosófica, de la que ya formaba parte desde 1882.
La Sociedad Teosófica
La Sociedad Teosófica es creada, en 1875, por Helena Petrovna Blavatsky, que aseguraba poder contactar con los Maestros de la Hermandad Blanca; y por el coronel Henry Steel Olcott, un estudioso psíquico americano.
La Sociedad Teosófica, que es una de las organizaciones espirituales más importantes de la época, anhela el regreso del gran Instructor del Mundo, Maitreya. Casualmente lo descubre encarnado en el adolescente Krishnamurti, que paseando por la playa, con su hermano Nityananda, se encuentra con Leadbeater y éste queda atónito al percibir un aura tan pura en el pequeño.
Charles Webster Leadbeater, que tiene fama de clarividente, habla con el padre del niño, diciéndole que quiere encargarse de su educación por medio de la Sociedad Teosófica. Su padre accede, por lo que los dos hermanos se trasladan a Inglaterra, buscando que su educación fuese una mezcla de oriente y occidente, y que al mismo tiempo aprendiesen idiomas.
La primera ventaja para el joven Krishnamurti es que deja atrás sus problemas de salud, gracias a una mejor alimentación y a recibir los cuidados necesarios, hecho imprescindible para que pueda desarrollar adecuadamente la misión que ha venido a desempeñar en este mundo.
Pasa el tiempo y se crea en su honor la Orden de la Estrella, donde él es el instructor absoluto, mientras miles de seguidores esperan pacientemente sus palabras y le obsequian con costosos regalos.
La ruptura de Krishnamurti
En el verano de 1922, Krishnamurti y su hermano se trasladan a California, buscando un clima más adecuado para la mala salud de Nitya, que sufre de tuberculosis. Desgraciadamente, esto no es suficiente, y Nitya fallece tres años después.
Krishnamurti se siente asfixiado y prisionero en su faceta de maestro espiritual, y decide romper con todo. El dolor que siente por la muerte de su amado hermano, le lleva también a plantearse su modo de vida.

En 1929 disuelve la Orden de la Estrella y poco después abandona la Sociedad Teosófica, afirmando: “Deseo que aquellos que buscan comprenderme sean libres, que no me sigan, que no hagan de mí una jaula que se tornará en una religión, en una secta”. Desde entonces se dedica a viajar y a dar conferencias exponiendo sus propias ideas.
Crea varias Fundaciones y escuelas, con la convicción de que la educación es uno de los caminos más importantes para ser libre y averiguar el sentido de la vida.
Actualmente existen Centros en Madrid, Canarias, Barcelona, Málaga y Sevilla. Y Fundaciones en Latinoamérica, India, Inglaterra y Estados Unidos.
El final del camino
Este singular personaje, capaz de renunciar al poder y a la riqueza que tenía a sus pies, llega al final de su camino en el invierno de 1986. Amante de la naturaleza, afirmaba que era capaz de escuchar el murmullo de los árboles, y en su sabiduría nos avisó de que: El sistema nunca podrá transformar al hombre, es el hombre quien transforma siempre al sistema.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
La Orden de la Estrella suena a secta. Desde luego sus palabras finales son demoledoras. Un placer como siempre. Gracias por compartirlo. Un abrazo
ResponderEliminarGracias a ti, Nuria. Un abrazo.
EliminarHola, Beatriz:
ResponderEliminarQué bien contado está esto. No solo por la claridad expositiva o el rigor con que abordas la figura de Krishnamurti, sino por la manera en que logras transmitir una especie de calma lúcida, como si la escritura hubiera absorbido parte del propio pensamiento que relatas.
Su filosofía asoma sin dogmas, sin idolatría. De hecho, esa frase que escoges (“no me sigan, no hagan de mí una jaula”) me parece de una honestidad brutal, y resume muy bien todo lo que Krishnamurti representa frente al ego espiritual. Un hombre que tenía a sus pies fama, seguidores y regalos, y que en lugar de convertirse en símbolo, decide desaparecer como tal. En tiempos como estos, eso ya es casi revolucionario.
También funciona muy bien el recorrido narrativo que haces: infancia, educación, giro vital, ruptura... Todo muy bien hilado, sin exceso de datos, dejando que el lector respire. Y ese cierre, con la idea de que “es el hombre quien transforma siempre al sistema”, es de esos que te dejan pensando con los ojos en el aire.
Gracias por acercarnos a alguien que defendió la libertad del pensamiento desde la raíz: la infancia y la educación. Hacen falta más figuras así, y más textos como este para recordarlas.
Un abrazo grande.
Buenos días, Miguel. Mil gracias por pasarte por aquí y comentar.
EliminarKrishnamurti era una persona de esas excepcionales, que por desgracias hay muy pocas.Como tú dices, teniéndolo todo a sus pies: fama, seguidores, dinero... se fue y lo abandonó todo. Excepcional es decir poco.
Escuché a un periodista hace mucho tiempo, decir algo así como que "una persona que, por cualquier circunstancia, recibe de repente una fortuna inmensa y, al cabo de un año, no ha caído en la vanidad ni se ha hinchado como un sapo, demuestra ser realmente extraordinaria." Pues eso, de las que hay pocas. Y qué falta hacen!!
Yo también pienso que son las personas las que transforman el mundo, pero para eso se necesita una cantidad importante de personas y que algunas estén en lugares desde donde pueden hacer cambios positivos. En fin, yo no pierdo la esperanza, aunque no lo veo para mañana.
A veces me da la impresión de que la humanidad es como un gran árbol, pierde las ramas, se le caen las hojas, pero luego vuelve a renacer. Y en ese recorrido, el tronco del árbol va creciendo, aunque no somos capaces de apreciarlo hasta que no pasan muchos años.
Un abrazo enorme :-)
Hola, qué figura más sorprendente, que, además, dice grandes verdades.
ResponderEliminarGracias por hablar de ella.
Un abrazo. 🤗
Muchas gracias a ti, Merche, por dejar tu comentario.
EliminarUn abrazo!!