viernes, 21 de noviembre de 2025

El regreso de Ulises a Ítaca (2ª parte)

Ulises no deja de soñar con el regreso a su hogar. Circe, consciente de ese anhelo imposible de sofocar, comprende al fin que es inútil retenerlo por más tiempo a su lado. Entonces, le aconseja buscar a Tiresias, un adivino que puede ayudarle a encontrar el camino de vuelta a Ítaca.

Ulises emprende la marcha hacia el confín del mundo, allí donde la tierra se disuelve en sombras y comienza el dominio de los muertos. Sabe que debe cumplir un rito solemne: cavar una profunda zanja, colmarla de ofrendas y derramar la sangre de una oveja y un carnero negros en honor a Perséfone y Hades, soberanos del inframundo. Solo así podrá invocar a las almas y hallar en Tiresias la ayuda que lo conduzca de nuevo hacia Ítaca.

Ilustración clásica en formato cuadrado que muestra a Ulises en el centro, con capa roja y espada, rodeado por escenas simbólicas de su viaje: Circe ofreciendo una copa, Eolo entregando el odre de los vientos, las almas emergiendo del inframundo y el cíclope Polifemo al fondo. El cielo mezcla nubes tormentosas y luz dorada, creando una atmósfera épica y mitológica.

El heroe parte en busca del adivino y tras cumplir con los ritos que Circe le había indicado, la tierra se abre y de ella comienzan a surgir las almas de los muertos entre lamentos desgarradores. Ulises, sobrecogido por el miedo, retrocede, pero en medio de las sombras reconoce a su madre, quien le revela que ha muerto consumida por la tristeza de su ausencia. El dolor lo sacude, y en ese instante se cumple su propósito y aparece Tiresias, el vidente que guarda las claves de su destino.


Siguiendo los consejos del adivino


Tiresias le revela a Ulises que él y sus hombres deben partir hacia la isla de Tinacria, morada del dios Sol, Helios. Allí, advierte, pastan los sagrados rebaños del dios, y aunque el hambre los acose, ni él ni sus hombres deben tocar un solo animal. Esa será la prueba definitiva. Si respetan el mandato, podrán regresar a Ítaca. Si lo desobedecen, la furia divina caerá sobre ellos y el regreso se tornará aún más incierto.

Un anciano de barba blanca y ojos vendados medita en el centro de una escena oscura y mística. Está rodeado por serpientes con fauces abiertas, pero permanece sereno, iluminado por la luz dorada que emana de su bastón. Al fondo, un templo clásico emerge entre nubes turbulentas, con figuras divinas bañadas en luz observando desde lo alto. La imagen evoca sabiduría, peligro y revelación.

Ulises regresa junto a Circe y le comunica las palabras de Tiresias. La hechicera escucha con atención y, sabiendo que el camino hacia Ítaca estará sembrado de peligros, le ofrece nuevos consejos para sortear cada obstáculo. Le habla de monstruos y tentaciones que pondrán a prueba su astucia y su voluntad, preparando al héroe para enfrentar lo que aún está por venir.


El encuentro con las sirenas


Las sirenas, con su canto hechizante, han sido la ruina de incontables navegantes. Pero Ulises, prevenido por Circe, toma precauciones y ordena a sus hombres que se tapen los oídos con cera y a él mismo que lo aten con fuerza al mástil del barco, dejando sus oídos libres. Desea escuchar y atravesar la tentación con la lucidez del que sabe que el peligro no siempre se evita, sino que se atraviesa.


Durante el encuentro con las sirenas, Ulises se retuerce, grita y suplica a sus hombres que lo liberen. Pero ellos, fieles a su palabra, no ceden. Atado al mástil, el héroe atraviesa la prueba, y las sirenas, al ver frustrado su hechizo, se desvanecen en la espuma del mar.


La isla del dios Sol


Llegan a Trinacia, la isla del dios Helios. Ulises, fiel a las advertencias de Tiresias, recuerda a sus hombres que no deben tocar ni una sola criatura de aquel lugar. Detienen la marcha para descansar una horas, pero el destino se impone y un huracán se desata con furia. Durante treinta días es imposible hacerse a la mar, como si la propia naturaleza pusiera a prueba su paciencia y su obediencia.

Los víveres se agotan lentamente, y el hambre comienza a vencer la voluntad de los hombres. Ulises les repite una y otra vez, que no deben tocar ni un solo buey ni una sola oveja de Helios. Pero el apetito, como una fuerza antigua e implacable, termina por vencerlos. Una noche, mientras el héroe duerme, Euríloco y los demás sacrifican un buey y calman su hambre. Al despertar, Ulises se enfurece, pero ya es tarde. Días después, cuando el mar por fin se aquieta, retoman el viaje, sin saber que la ira del dios los espera en el camino.

El dios Helios, musculoso y vestido con una túnica blanca, avanza por el cielo en su carro dorado tirado por dos caballos blancos. Lleva una corona de laurel y un halo solar resplandeciente detrás de la cabeza. El carro emite energía ardiente mientras atraviesa un cielo dramático con nubes, estrellas y órbitas planetarias. La escena representa el poder mitológico del sol recorriendo los cielos.

Helios, al descubrir que uno de sus animales ha sido sacrificado, estalla en colera, asciende al Olimpo y exige justicia. Zeus, en respuesta, convoca a los vientos y desata una tormenta descomunal que sacude el mar con furia. El barco de Ulises es arrastrado por el vendaval y, uno a uno, sus hombres perecen en las aguas embravecidas. Solo el héroe sobrevive, condenado a continuar solo su camino.

Durante nueve días, Ulises navega sin rumbo, entregado al capricho del oleaje y de los propios dioses. Finalmente, las aguas lo conducen a Ogigia, la isla secreta donde habita la ninfa Calipso, una criatura de enorme belleza. Al ver al naufrago, la ninfa se enamora al instante, y le ofrece alimento, consuelo y refugio. Ulises, agotado y seducido por la calma, permanece junto a ella durante siete años, atrapado entre el deseo de descanso y la nostalgia de Ítaca.

Beatriz Moragues - Derechos Reservados




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