Ángel
Sanz Briz salvó del holocausto nazi a más de cinco mil judíos húngaros, amparándose
en una ley promulgada en 1924 durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera,
que permitía conceder la nacionalidad española a los descendientes de los
sefardíes expulsados de España por los Reyes Católicos. Lo que ignoraban los
alemanes en ese momento, es que esa ley ya no tenía vigencia, ya que había sido
anulada en 1931 por la Segunda República.
Ángel
Sanz Briz nace a finales de septiembre de 1910, en Zaragoza. Se licencia en
Derecho, para más tarde ingresar en la Escuela Diplomática. Su profesión le
obliga a establecerse a lo largo de su vida en distintas ciudades del mundo,
como Berna, Pekín, El Cairo, Roma y Ámsterdam, entre otras.
En marzo de 1944, los alemanes deciden ocupar Hungría. En poco
tiempo comienza la persecución de los judíos, que son detenidos y trasladados
en trenes a campos de concentración como Birkenau y Auschwitz.
Sanz
Briz, espectador de la barbarie que se desarrolla antes sus ojos, ya que en
esos momentos ejerce su labor diplomática en Budapest, decide no permanecer
impasible ante la injusticia. Junto con otros diplomáticos de distintas
nacionalidades, se dispuso a expender salvoconductos y pasaportes españoles,
que permitieron a más de cinco mil judíos escapar del país y de una muerte
segura. Hay quienes dicen que lo hizo con el apoyo del gobierno español, pero
otros aseguran que la labor humanitaria corrió de su cuenta y que años más
tarde el gobierno franquista se colgó las medallas que le había negado al
diplomático. Al parecer existe un escrito de Sanz Briz, con fecha de 1946, en
el que asegura que había actuado por cuenta propia.
El
diplomático alquiló unas casas que anexionó a la propia embajada, para procurar
protección a miles de personas que pasaron por ellas en su huida hacia la
libertad, todo ello sufragándolo de su propio bolsillo. Sólo se le dio permiso
para expedir 200 pasaportes, pero Sanz Briz y sus colaboradores hicieron “trampa”
con la numeración de los documentos y así consiguieron salvar a más de cinco
mil judíos. Afortunadamente, nadie se percató de ello.
Ya en
1966 Israel quiso rendirle honores en agradecimiento a su labor humanitaria,
sin embargo Sanz tuvo que rechazarlo por orden del gobierno franquista, que no
mantenía relaciones diplomáticas con este país.
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El Ayuntamiento de Madrid colocó esta placa en la calle Velázquez, en memoria del diplomático Ángel Sanz Briz |
Es en
1989, cuando Sanz Briz ya ha fallecido, que por fin Israel le otorga el título
de “Justo entre las Naciones”, el más alto reconocimiento que conceden los
israelíes a una persona de otra nacionalidad. En una celebración muy emotiva, es su mujer quien recoge el premio.
También Hungría le ha otorgado
una calle con su nombre, un monolito y una placa que comparte con otros
diplomáticos que también salvaron la vida a miles de judíos en la Segunda
Guerra Mundial.
Ángel Sanz Briz fallece
en Roma en junio de 1980, estaba a punto de cumplir los setenta años de edad.
No recibió ningún reconocimiento en vida, aunque según las palabras de sus
hijos no le importó, porque para él lo esencial era haber salvado a miles de
personas inocentes y consideraba que lo que había hecho en Budapest, era lo más
importante que había hecho en su vida. Ángel Sanz Briz puso por delante de cualquier otra cosa los Derechos Humanos y no deja de ser triste que en su propio país apenas se le conozca.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
Para saber más
Qnhorabuena. Esta es una de las historias que nos reconforta con el ser humano. Y de gran belleza. Recuerda también a la de Melchor Rodríguez. Un saludo. :)
ResponderEliminarMuchas gracias, Blas. Tienes razón, es de esas historias que te reconcilian con el ser humano. Y sí, tiene una cierta similitud a lo ocurrido con Melchor Rodríguez, aunque debo confesar que no sé mucho del personaje. Saludos!!
Eliminar¡Beatriz!
ResponderEliminarQué importante es rescatar figuras como la de Ángel Sanz Briz, que supo ver la dignidad humana por encima de cualquier frontera o mandato oficial. Es un recordatorio profundo de lo que significa actuar con humanidad en los peores momentos.
Me conmueve esa mezcla de valentía silenciosa y convicción personal. Sin buscar medallas, sin esperar reconocimientos —que ni siquiera llegaron en vida—, y aun así, jugándosela a cada instante. Esa decisión de falsificar la numeración de los pasaportes para salvar miles de vidas dice mucho más de él que cualquier discurso oficial. Es la diferencia entre cumplir con el deber… o superar el deber para ponerse del lado de la vida, de la humanidad y de la justicia.
Este tipo de historias nos recuerdan que la verdadera heroicidad casi nunca es ruidosa. Y como bien dices, es triste que en nuestro propio país apenas se conozca su nombre. Tu artículo ayuda a poner en su lugar esa memoria, que no deberíamos perder nunca.
Gracias por traerlo. Merecía este espacio y esta mirada tuya.
¡Un fuerte abrazo, compañera!
Hola, Miguel. Ya ves, en todos los tiempos, lugares y circunstancias, siempre existen personas que rompen con lo establecido o con lo que hace la mayoría. Que ponen por delante su propia consciencia, como en este caso, antes que obedecer órdenes o dejar que la historia siga su curso.
EliminarEs triste que lo que debería ser normal, como poner en el centro los Derechos Humanos, acabe siendo el acto heroico de una persona.
Un abrazo grande!!